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¿Es el trabajo un mal necesario? (parte 1)

Autor

Gustavo Morán

Hoy se celebra el día del trabajo en Latinoamérica. Por lo regular se descansa en la mayor parte de las empresas y la gente disfruta de un día libre. Aunque, por primera vez en la historia moderna, muchas personas estarán trabajando desde su casa y muchos otros habrán perdido sus empleos debido a la crisis de el COVID-19. Si este es el caso, oramos para que el Señor consuele y provea a cada persona y familia que se encuentra en esta situación. Todos hemos tenido que adaptarnos a este “nuevo normal”, pero confiamos en que saldremos de esto muy pronto y que eventualmente nos recuperaremos de este duro golpe.

Históricamente hablando, hay un distintivo muy particular en la celebración del día del trabajo en nuestra región del mundo, en comparación con esta misma celebración en los Estados Unidos: la fecha. Mientras en los países latinos, los hispanos celebramos el día del trabajo durante la primavera, el 1 de mayo, los estadounidenses le dan la despedida al verano, al celebrarlo el primer lunes de septiembre. ¿Y por qué se celebra este día en una fecha diferente entre estas dos culturas? La respuesta está en la historia. A finales de 1800, las condiciones de trabajo seguidas a la Revolución Industrial se tornaron cada vez más duras para el obrero común. Jornadas que podían extenderse hasta 16 horas al día, por un salario que apenas alcanzaba para sobrevivir, era prácticamente una explotación de hombres, mujeres y aún niños tan pequeños como de diez años. Con el tiempo, se formaron sindicatos de trabajadores, que comenzaron a pedir la reducción de la jornada laboral, mejores salarios y un trato más justo para los obreros. El 5 de septiembre de 1882, se celebró la primera marcha pública en honor a los trabajadores en Nueva York, donde más de 10,000 personas marcharon sin recibir su salario por ese día. Así se continuaron celebrando estas marchas, pero hubo una que marcó la historia, la manifestación de 1887 se convirtió en una huelga donde más de 80,000 obreros en Chicago, pedían la reducción de la jornada de trabajo a ocho horas. Desgraciadamente, esta manifestación terminó en una tragedia que dejó a 38 personas muertas y más de 200 heridos. Entonces, en 1889, la Segunda Internacional Socialista, celebrada en París, aprobó el 1 de mayo como el día internacional del trabajo en memoria de los acontecimientos en Chicago en 1887. Sin embargo, el entonces presidente de los Estados Unidos, Grover Cleveland, buscando evitar alentar revueltas similares de corte socialista, decidió aprobar la ley de celebrar el día del trabajo a nivel nacional, pero en una fecha diferente a la del resto del mundo. Así se eligió el primer lunes de septiembre, en referencia a aquella primera marcha en Nueva York en septiembre de 1882. Y es por eso, que el día del trabajo en los Estados Unidos se celebra desde entonces, el primer lunes de septiembre.

Una cuestión de cosmovisión
Pero la fecha de celebración del trabajo no es la única diferencia entre los latinoamericanos y los estadounidenses y tampoco es la diferencia más importante. La diferencia más grande radica en la filosofía del trabajo entre estas dos grandes regiones del mundo. Tengo más de 20 años trabajando entre los norteamericanos y en todo este tiempo he llegado a comprender las marcadas diferencias entre la manera de trabajar aquí y la manera de trabajar en un país Latinoamericano. Aunque me tomó varios años, he llegado a comprender que el éxito de una nación como los Estados Unidos, está en su manera de pensar o cosmovisión. Pero para comprender mejor esto, desde el punto de vista histórico, tenemos que remontarnos hasta la Europa Medieval del siglo XVI. Mucho antes de que los Estados Unidos se fundara. En 1517, en la ciudad de Wittenberg, Alemania, un monje católico llamado Martín Lutero dio inicio, aunque no de manera intencional, una revolución religiosa, ideológica y social que cambió para siempre el curso de la historia. Lutero puso al descubierto una antigua cosmovisión que le permitió a su generación ver las cosas desde una perspectiva muy distinta a la establecida en la sociedad en que le tocó vivir. Una de esas cosas, era la manera en que la gente percibía el trabajo.

Desde la cuna hasta la tumba
El gobierno de los tiempos de Lutero era la versión más extrema de la unificación entre la iglesia y el estado, en donde, prácticamente el estado funcionaba como el “brazo” que llevaba a cabo lo que el “cerebro” (la iglesia) le dictaba. Esta relación interdependiente surgió después de la caída del Imperio Romano de Occidente en el año 476, dando así inicio a la Edad Media. Roma estaba devastada y hundida en un caos social, económico y moral. Al fallar de manera categórica los sistemas y líderes de gobierno, la sociedad volteó a ver a los líderes eclesiásticos y fue así como nació el Sacro Imperio Romano, un imperio en donde la iglesia prácticamente funcionaba también como estado. El Papa tomó el lugar de máxima autoridad, que en el pasado le perteneció al emperador y nuevas formas de gobierno surgieron a raíz de este gran cambio. Para ese entonces, la misma corrupción que llevó a la caída del imperio romano, operaba también dentro de las paredes de la iglesia. Los líderes eclesiásticos tomaron ventaja de la fe y la confianza casi ciega que la gente tenía en la iglesia. Lo que dictaba el orden y dirección de la sociedad, no era la autoridad de la Palabra de Dios, la cual ellos mantuvieron oculta durante todo este tiempo, sino los dictámenes de las reglas y leyes que ellos mismos concebían a merced de su propia naturaleza caída afectada por el pecado. En ese contexto, se promovía la idea de que los “trabajos más dignos” eran aquellos de naturaleza eclesiástica, así que a nadie debía sorprenderle la existencia de una élite eclesiástica que gozaba de excelentes salarios, que se vestía de ropas finas y extravagantes y que se adjudicaba a sí misma el derecho de gobernar sobre aquellos a quienes veían como ovejas indefensas, vulnerables e iletradas. El clero, literalmente dominaba a sus seguidores, desde los más ricos hasta los más pobres. A través de los “sacramentos” se lograba la dependencia de la gente hacia la iglesia, en todas las etapas y áreas importantes de la vida. Se ejercía un dominio desde la cuna (bautismo) hasta la tumba (extrema unción).

La división por clases, versus la dignidad individual
En el ámbito social, se creó una jerarquía que reflejaba la tendencia pecaminosa del ser humano, al hacer diferencia de clases y asignarles valor a las personas en base a sus propios criterios. La sociedad estaba dividida en dos áreas principales: los privilegiados y los no privilegiados. En el área civil, con el rey como cabeza, los privilegiados se dividían entre la alta nobleza y la baja nobleza; y en el área religiosa, se dividían en el alto clero y el bajo clero. Después de todos ellos, quedaban las clases no privilegiadas, compuesta por campesinos y siervos. Estas jerarquías en la sociedad no reflejaban la verdad de la Palabra de Dios, que nos dice que TODO ser humano es creado a la imagen y semejanza de Dios y por lo tanto posee un valor intrínseco y dignidad, con talentos que le han sido otorgados por Dios para su beneficio personal, el de su familia y para contribuir en el bien común de la sociedad. Con el mismo derecho de buscar florecer en este mundo y así cumplir con el Mandato Cultural. ¿Y en donde hemos leído conceptos similares a estos? ¡Ah… claro, en la Constitución de los Estados Unidos de América! Pero pasaría mucho tiempo antes de llegar a eso. Sería necesaria una revolución ideológica y espiritual y eso fue exactamente lo que proveyó la llamada Reforma Protestante.

Las ideas de Dios
¿Demostró la división jerárquica de clases sociales de la Edad Media ser la respuesta para los problemas y necesidades del ser humano?, ¡Por supuesto que no! El trabajo era visto como una maldición, debido a que la iglesia hacía énfasis en que la actividad laboral del obrero común era una carga dura de llevar debido al pecado de Adán y a la maldición pronunciada por Dios en Génesis 3. El sentido de culpa con el que se azotaba a las clases no privilegiadas le garantizaba al clero seguidores fieles, ya que ellos mismos se proyectaban como los “piadosos salvadores”. Y no solo tenían el poder y la influencia de guiarlos en este mundo, sino incluso la autoridad para guiarlos en el más allá y sacarlos del purgatorio, si es que iban a dar a allí al morir. Y por supuesto, un favor tan grande debía tener un costo monetario. Después de todo, ¿Qué podía valer más que sus almas eternas? De esa forma, la iglesia ejercía un dominio, no solo espiritual e ideológico sino también de orden social y con un impacto económico. Fue entonces que, en medio de todo ese caos, Dios levantó de en medio del clero mismo, a un hombre como Lutero, quien emprendió sus reformas basado en la Palabra de Dios. La mayoría de las personas piensa que Martín Lutero es solo el iniciador del protestantismo y por lo regular no comprenden su papel en la historia, no solo de la iglesia, sino de la humanidad entera, especialmente del mundo occidental. Cualquier observador honesto de este período de la historia, se dará cuenta de que existe un marcado antes y después de la Reforma Protestante. Otro movimiento paralelo hizo su aparición en esta etapa, el Renacimiento. Así que, la combinación de estos dos movimientos históricos marcó el inicio de la Era Moderna. Pero lo cierto es que, el genio de Lutero no estuvo en las ideas que él propuso, sino en la verdad que él expuso. En resumen, Lutero puso la Palabra de Dios en las manos del ciudadano común, después de que la iglesia la había tenido “secuestrada” por siglos. Así que, no fueron las ideas de un monje rebelde las que revolucionaron el mundo, fueron las de Dios.

¡Esto está en chino!
Para comprender mejor cómo la iglesia y el clero ocultaron la verdad de la Biblia, con el propósito de mantener la dependencia de la gente, veamos una ilustración hipotética: supongamos que, como hispano, yo tengo el deseo de conocer a Dios y que cierto grupo de personas me dijeran que ellos lo conocen, me dicen que es un Dios grande, muy bueno y que tiene las mejores intenciones para mi vida. Eso me daría mucho gusto y esperanza, especialmente en medio de un mundo como en el que vivimos. Ahora, si yo les preguntara a esas personas como es ese Dios, que es lo que Él quiere y como puedo alinearme con Su plan y ellos me respondieran que Dios dejó todas estas instrucciones escritas en un libro; lo primero que yo querría hacer sería leer dicho libro, ¿cierto?. Supongamos entonces que estas personas me dan el libro, pero al abrirlo, ¡oh sorpresa! … descubro que está escrito en chino. De nada me serviría entonces tener un libro en un idioma que no comprendo. Mi limitación del lenguaje me impediría entonces conocer el plan de Dios. Pero “afortunadamente”, las personas que me dieron el libro me dicen que ellos saben chino, así que me ofrecen también interpretarlo por mi y decirme lo que el libro dice. La pregunta sería: ¿Podría confiar plenamente en la integridad de dichas personas? En un asunto tan importante como el mensaje de Dios para la humanidad y la salvación, eso sería muy arriesgado, ¿cierto? Pues eso fue exactamente lo que la iglesia católica hizo por casi mil años con la gente. Nunca se hizo un esfuerzo por traducir la Biblia al idioma del pueblo, esto con el propósito de ocultar doctrinas y prácticas de la iglesia que eran contrarias a lo que la Palabra de Dios enseña. Las Escrituras estaban en latín, que era el idioma académico del clero y de esa forma mantuvieron a la gente en ignorancia del plan de Dios para la humanidad y de todos los beneficios que conlleva el conocer a Dios de manera personal.

Maldición o bendición
Después de defender la Palabra de Dios verbalmente ante sus opositores, el siguiente paso de Lutero fue traducir la Biblia al idioma del pueblo, con el propósito de que todos tuvieran acceso a ella. De esa forma, la dependencia de la gente a los líderes eclesiásticos se fragmentó y el conocimiento de la Palabra de Dios, revolucionó la forma de ver la vida y todos sus diferentes aspectos, entre ellos el del trabajo. Lutero rescató y popularizó el concepto perdido de el Mandato Cultural y comenzó a enseñar que cualquier trabajo honesto, era digno e importante, ya que Dios nos lo había encomendado directamente (Génesis 1:28) Así que, en realidad, el primer día del trabajo fue aquel en el que Dios le asignó a la humanidad el cuidado del huerto del Edén (Génesis 2:15). Mientras la iglesia había hecho el énfasis en que el trabajo era parte de la maldición de Génesis 3, Lutero comenzó a enseñarle a la gente que la asignación del trabajo sucedió antes de la caída del ser humano en el pecado y, por lo tanto, no debería ser visto como una maldición, sino como una actividad digna que le daba valor al ser humano y un sentido de satisfacción personal al poner en práctica los dones y talentos que Dios le había dado a cada uno. Desde esa perspectiva, el trabajo era incluso algo de lo que se podía llegar a disfrutar. La maldición que Dios pronunció en Génesis 3:17-19, solo hizo que el trabajo fuera más difícil de realizar, por causa de la entrada del pecado en el mundo y de los cambios climáticos y geológicos que se manifestaron en la creación por causa de la desobediencia del ser humano. Pero el trabajo en sí mismo fue concebido como algo bueno, digno y necesario para el florecimiento de la civilización humana. Por eso la Biblia dice: “Entonces Dios miró todo lo que había hecho, ¡y vio que era muy bueno!” (Génesis 1:31) El trabajo estaba incluido en esa declaración.

Este artículo continuará en una segunda parte.

Sobre el Autor

Gustavo Morán es originario de México, aunque radica en los Estados Unidos. Es licenciado en Diseño Gráfico y Publicidad y trabaja para la Universidad Bautista de Dallas (DBU). Tiene estudios de Maestría en Educación Cristiana (DBU), Teología (SWBTS) y Liderazgo (DBU) Tiene también un Diplomado en Filosofía Política e Historia del Pensamiento Humano. Es fundador y director general de Mandato Cultural, un ministerio que tiene el objetivo de ofrecer educación cristiana de calidad en el mundo hispano, con el fin de examinar, comprender y transformar la cultura para la gloria de Dios.

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